sábado, 29 de septiembre de 2007

02-006


Las experiencias infantiles de Luigi Dallapiccola marcaron claramente su preocupación por la libertad y los predicamentos del hombre moderno. Nació en 1904 en la región de Istria y junto a su familia sufrió de la opresión y el encarcelamiento austriacos en la Primera Guerra Mundial. Unas décadas más tarde, el impacto de la campaña de Mussolini en Etiopía y su adopción de las políticas raciales de Hitler, así como la Guerra Civil en España, no hicieron más que exacerbar esa preocupación de Dallapiccola e impulsar una protesta musical en dos obras: la trilogía coral Cantos de Prisión y la ópera El Prisionero.

Dallapiccola compuso El Prisionero entre 1944 y 1948 empleando un libreto propio basado en el cuento “La tortura a través de la esperanza” de Villiers de l’Isle-Adam que se centra en la persecución y la tortura de un rabino en Zaragoza durante la Inquisición. También usó material de la novela “La leyenda de Eulenspiegel y de Lamme Goedzak” de Charles de Coster y reemplazó la figura central del rabino por un libertario flamenco, sumó dos nuevos personajes (el carcelero y la madre) y simplificó la historia de Villiers de l’Isle-Adam.
La acción transcurre en España en la segunda mitad del siglo XVI y se desarrolla en un prólogo y en un acto dividido en tres escenas. De la cuarta escena escucharemos el final pues la cuarta escena se inicia con el prisionero llegando a un enorme jardín iluminado por un cielo estrellado. Corre hacia un cedro y lo abraza. Lentamente otro par de brazos le sujetan. Es el Gran Inquisidor y el prisionero se da cuenta que ha caído en la trampa más terrible de todas: la esperanza. Al fondo se ve un destello y el Inquisidor lleva al prisionero hacia una hoguera. La ópera finaliza con el prisionero susurrando una pregunta: ¿La libertad?...

En la obra de Villiers de l’Isle-Adam aparece como pregunta (mucha más perversa en lo que refiere a la angustia que suscita) en boca del torturador lo siguiente:

-¡Cómo, hijo mío! ¿En vísperas, tal vez, de la salvación, querías abandonarnos?

En la Opera la orquesta, el coro, los solistas nos hacen retomar cómo no es posible encapsular, clasificar el todo de la obra en un formato específico. Eso sí, la voz humana toma en el canto, en las discertaciones, hasta en los susurros o en los gritos, el rol protagónico, como si la música no fuese otra cosa que el plus provocado por el retorno de esa voz en el recorrido que se inicia en ella para olvidarla.
La metáfora de la esperanza de libertad se realiza en ese instante mismo en donde esa voz libre, liberada, se topa con su apresor que le increpa de qué se trata: el momento salida de máxima libertad es el momento de máxima alienación ignorada: es el aleluya. Así se desarrolla la historia de la voz en el fascinante mundo de la opera.



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